(...) si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.
— Péguemelo — dijo, con la mano en el pecho — No hay mayor gloria que morir por amor.
Hildebranda tenía una concepción universal del amor, y pensaba que cualquier cosa que le pasara a uno afectaba a todos los amores del mundo entero.
(...) los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos.
(...) y le enseñó lo único que tenía que aprender para el amor: que a la vida no la enseña nadie.
(...) se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna.
Tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo.
«Hace un siglo me cagaron la vida con esse pobre hombre porque éramos demasiado jóvenes, y ahora nos quieren repetir porque somos demasiado viejos».
(...) habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.
(...) y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
(El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez)
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